Ocurrió allá por el año 1949,
cuando cambiaron el trazado al desagüe de la Avenida Alem. En aquel entonces
las aguas se canalizaban por unas zanjas a cielo abierto que estaban a escasos
dos metros de la línea de edificación. Estas cunetas, además del elevado costo
que demandaba su mantenimiento, se habían tornado peligrosas debido al gran
caudal de agua que drenaban. Paralelamente, más hacia el centro de la calle,
había dos hileras de álamos piramidales que formaban una pintoresca avenida.
Estas causas, y otras que no viene al caso enumerar, obligaron a anular las
cunetas existentes y abrir otras más hacia el centro de la avenida y alejadas
de la línea de edificación.
La idea de cambiar la
canalización de las aguas pluviales fue acertada, pero los ribetes más
pintorescos se produjeron cuando una mañana, muy temprano, irrumpieron dos motoniveladoras
"Champion" acompañadas por el ruido ensordecedor de sus motores y una
veintena de operarios municipales que iban y venían como hormigas, molestándose
mutuamente en medio de un inusitado alboroto agitando al vecindario que salió
de sus casas asombrado por tanto despliegue.
Ese día, mi viejo estaba de
viaje. Cuando regresó por la tarde, se encontró con un panorama totalmente
distinto al que había dejado el día anterior. Esto lo fastidió sobremanera,
porque consideró que la actitud de las autoridades municipales era una falta de
respeto hacia los vecinos, a quienes no se los consultó ni se los informó sobre
los cambios que se hicieron. Además, quedaba clarito que no eran trabajos
planificados, sino simplemente un golpe de efecto ante la proximidad de las
elecciones, tendiente a conquistar a una población que reclamaba continuamente
por las inundaciones de Alem y Uruguay.
Al día siguiente, usando sus
propias manos e ingenio, mi viejo comenzó a construir un puente, desestimando
la oferta municipal de venderle tubos de su fabricación.
Durante toda la mañana trabajó en
el moldeado de un soporte para calzar los ladrillos y formar un arco de
adobe
(escarzano). Esa misma tarde, estando en plena tarea, ¡Ho sorpresa!, llegó el
mismísimo Intendente Municipal que dirigía la obra con discursos pomposos.
Rodeado de adulones inservibles, el Lord Mayor se le vino al humo, seguramente
incentivado por los chupamedias de turno que corrían tras él prestos a
auxiliarlo ante el primer síntoma adverso. Groseramente y sin el más mínimo
respeto, le ordenó a mi viejo que levantara lo que estaba haciendo, "¡porque eso no sirve para nada, no
aguanta ni una bicicleta!", le dijo peyorativamente. Mi viejo, que no
era muy sedoso, lo miró desde su lugar hundido en la cuneta, tragó saliva y
respiró hondo; por un instante ignoró su presencia. El silencio se hizo tenso;
el hombre de anteojos y corbata de seda, con el saco desprendido y sus brazos
en jarra, volvió a intimarlo desde el terraplén.
Avenida Alem |
-
¡Levante ese mamarracho que no sirve para nada!
-Si
este mamarracho no aguanta ni una bicicleta -le respondió mi viejo- yo me
encargo de levantarlo y poner las alcantarillas que usted me ofrece... Pero si
aguanta mi auto, usted me exime de pagar los impuestos por seis meses...
- ¡Vamos hombre! -habló con
más amabilidad- ¡Déjese de jorobar! ¡Acuérdese
lo que le digo! ¡Eso se lo lleva la primera correntada de agua! Le conviene
poner alcantarillas... -dicho lo cual, se fue hacia otro sector.
Pero la cosa no terminó ahí. En
la vereda de enfrente lo esperaba Don Noi, un catalán de pocas pulgas, que al
hablar mezclaba el español con el catalán. Junto a su esposa y cuñada observaba
la escena acumulando herrumbre desde el día anterior. Las mujeres, ni lerdas ni
perezosas, le dieron un cuarto de manija para que encarara al Intendente y le
planteara su situación, que era más comprometida que la de mi viejo, porque su
coche-taxi se había quedado entrampado y no podía salir a trabajar.
El Noi estaba muy embroncado y su
nerviosismo subió al máximo cuando se enfrentó con el Intendente. ¡Ni que
hablar lo que pasó cuando le dijeron que tenía que comprarle los tubos a la
Municipalidad! El catalán se salió de madre y comenzó a increparlo. Cómo
estaría de nervioso, que el Intendente no entendía nada de lo que decía y se
volvió a donde estaba mi viejo para preguntarle:
- ¡Che inglés! ¡Vení a darme una mano que no le entiendo al catalán!
Efectivamente, se hacía muy
difícil interpretarlo al Noi cuando montaba en cólera. Era como si se le
trabucara la lengua y no había "tu tía" que lo entendiera. Ante esta
situación -que favoreció a mi viejo- el Intendente no quiso más
"lola" y se retiró ofuscado, dejando que cada uno hiciera a su
manera.
Pasaron los años, y en 1972 se
pavimentó la Avenida Alem. Recién entonces se levantó el puente que había
construido mi viejo hacía más de 20 años. Su formato y los ladrillos estaban
intactos. Como podemos ver, las manos y el ingenio del hombre, son tan hábiles
y fuertes como las máquinas modernas.
En cuanto al idioma, debo decir
que mi viejo llegó a la Argentina en 1915 sin saber decir "buen día"
en castellano. Sin embargo, logró hablarlo con extraordinaria fluidez. Haber
trabajado en el ferrocarril le permitió contactarse con la gente, lo que
facilitó su aprendizaje ante la necesidad de comunicarse. En nuestro ámbito
familiar, se hablaba mucho sobre la gramática castellana e inglesa, y recuerdo
que siempre nos decía: "el
castellano es un idioma muy bello (después del irlandés, por supuesto) pero muy
difícil de aprender", y sostenía que quienes supieran hablar el
castellano, aprenderían fácilmente el gaélico y viceversa. Su conocimiento de
ese idioma tal vez haya sido el factor que le posibilitó un rápido aprendizaje
del castellano. Y aun teniendo una tonadita muy particular, no estaba afectado
por ese acento cerrado que generalmente se observa en la mayoría de los
extranjeros; a él se lo entendía perfectamente. En cambio, al bueno de Don Noi,
cuanto más nervioso más dificultoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario