RELATOS ORALES

sábado, 12 de septiembre de 2015

MI PRIMO LUIS

Mi primo Luis tenía muchas habilidades, pero la más destacada era su poder de convencimiento. Cuando era pibe, siempre andaba merodeando los cafés, clubes y cines de la ciudad, que le posibilitaba estar enterado de todos los chimentos políticos y sociales de todo calibre.

En aquellos tiempos la parroquia editaba la revista “La Cruz del Sur”, que en una de sus páginas detallaba las películas que estaban en cartelera con su correspondiente calificación moral. Las valoraciones iban desde Aconsejable, Buena, Regular, Mala, Muy mala, hasta: ¡ESCABROSA! con mayúsculas y signos de admiración. A los padres de familia les servía de referencia para controlar a sus hijos, respecto a sus diversiones. Un día la mamá le preguntó a Luis adónde había estado la noche anterior, y él -sospechando cómo venía la mano- se adelantó y le respondió muy cándido: “¿Sabés mamá que anoche las hermanas del colegio llevaron a las pupilas al cine?” Esa noche el cine Ideal exhibía una película ESCABROSA, pero Luis convenció a su madre de que era todo lo contrario. ¡Cómo iban las hermanas a llevar a sus alumnas a ver una película prohibida! ¡Imposible!

Cabe aclarar que, en algunas ocasiones, y de acuerdo con la película que se exhibía, las religiosas llevaban al cine a las alumnas internas, tanto como para distraerlas durante esos fines de semana de encierro tedioso. Lo mismo hacía don Manuel Vicente Manzano con sus pupilos, que generalmente llegaban tarde y en tropel, metiendo un batifondo infernal. Cuando se corría la cortina en plena función, siempre alguien acotaba en voz alta: “¡Cagamos, llegó Manzano!”, lo que generaba gran carcajada en toda la sala, seguida de otras ocurrencias muy originales. Por supuesto, los pibes del Manzano no eran angelitos y hacían de las suyas. Según cuentan, don Manzano tenía el dedo índice derecho un poco corvo y cuando les ordenaba formarse les decía: “Formen fila derecha como este dedo”, y claro, los sabandijas lo hacían siguiendo la indicación al pie de la letra lo que provocaba la ira del maestro.

Luis era muy religioso y creyó que su vocación era el sacerdocio; por eso ingresó al Monasterio de los Padres Pasionistas en Capitán Sarmiento. Todo iba viento en popa, hasta que un día de aquellos en que se hacen limpiezas internas, lo que en la colimba se conoce como ‘orden cerrado’, el celador descubrió que el seminarista Luis tenía en un rincón del ropero una parva de papeles cuidadosamente envueltos. El fiscalizador instintivamente abrió los ojos, tomó el fajo de papeles y cuando desató el lazo, se encontró con una colección epistolar de perfumes variados y contenidos de alto voltaje sensual. Luis quiso dar una explicación, pero la rigurosa disciplina monástica no daba lugar a justificativos. ¿Cómo era posible que un aspirante al celibato recibiera tantas cartas melosas en un lugar donde se custodiaba celosamente todo contacto con el mundo exterior? Además ¿quién podría escribirle tantas cartas a un seminarista? Un interrogante sin respuesta, pero con indudable complicidad externa. Nunca se supo quién fue ese compinche, pero seguro que estaba entre aquellos que por distintos motivos ingresaban a los claustros para las provisiones, reparaciones o simplemente recolectar los residuos. Sea como fuere, Luis se las ingenió para mantener contacto con el mundo exterior.

A la mañana siguiente muy temprano comenzó la indagatoria, que duró lo que un “flatos” en una canasta, porque Luis no pudo responder las preguntas del inquisidor: “¿Quiénes son Susana, Marta, María Isabel...?
Ese medio día, con todos sus bártulos a cuestas, Luis partió a la estación ferroviaria en compañía de un celador y abordaron el tren rumbo a Venado Tuerto. ¿Se había esfumado la vocación sacerdotal, o era simplemente la loca aventura de un adolescente?

De jovencito venía siempre a nuestra casa y era muy compañero de mis hermanas María y Moira, que tenían entonces 10 y 6 años, él ya estaba en los 13. Como dije antes, Luis era un chico “de mundo”, y cuando el 9 de mayo de 1946 vino a inaugurar el Colegio Nacional el presidente de la República Edelmiro Farrell, las calles de la ciudad se inundaron de gente. Mi padre trabajaba en el ferrocarril y estaba afectado a la empresa que era el medio de transporte presidencial, por lo tanto, ese día estaba de servicio; mis hermanos estaban pupilos en el Colegio San Pablo y mi hermana mayor en el Santa María de San Antonio de Areco. Los únicos que estábamos en casa éramos María, Moira y yo.  El tren llegó pasado el mediodía y los tres fuimos con mi madre a la plazoleta del ferrocarril donde había granaderos a caballo apostados a ambos lados de la playa de estacionamiento. Es muy poco lo que recuerdo -tenía 4 años- pero la imagen de los granaderos me quedó grabada, y la actitud de doña Julia Raczcowski, nuestra vecina, que me subió al tapial de la pérgola para que pudiera ver mejor. Mientras tanto mis hermanas se encontraron con Luis y lo convencieron para que las llevara hasta el colegio que se iba a inaugurar. Terminado el acto de recibimiento en la estación de trenes, con mis padres retornamos a casa, mientras las autoridades y el público se dirigieron al acto inaugural del colegio ubicado en calle San Martín entre Pellegrini e Iturraspe. Las chicas todavía no habían regresado a casa y comenzó a cundir el desconcierto, que fue en aumento a medida que pasaban las horas y no aparecían. El ambiente se calentó cuando el sol se escondió.

Finalmente, mis hermanas aparecieron con Luis, entonces se armó la madre de las trifulcas. Al que le levantaron el peso fue al pobre Luis, que no quiso llevarlas, pero ellas insistieron tanto que lo convencieron y pasó a ser de convincente a convencido. Lógicamente, esta versión se conoció mucho tiempo después, cuando el remordimiento comenzó a mellar la conciencia de mis hermanas.  Mientras tanto, toda la responsabilidad recayó sobre Luis que, como buen caballero, aguantó el lonjazo sin chistar.

Encarador como burro tuerto, no medía las consecuencias de su audacia.  Cuando consiguió trabajo como viajante de un negocio de venta de repuestos automotores, se hizo muy compinche de su empleador que tenía como amante a la esposa de un prestigioso hombre de leyes. Un día, cuando su patrón regresaba a Venado, se quedó a mitad de camino por un desperfecto mecánico, y desde el taller llamó por teléfono a Luis para pedirle que se llegara hasta la casa de su amante para avisarle del inconveniente surgido; éste cumplió con el mandato, pero se le fue la mano, esa noche se quedó a dormir con la señora y desbancó a su jefe. Desde ese día la mujer optó por el más joven. Según chimentos que circulaban en abundancia, el profesional -un tipo entrado en años- confesó durante una sobremesa con mucha carga etílica, que su mujer ya no le exigía tanto sexo como antes, e ironizó “o ella se está poniendo vieja o yo más vigoroso”.

Luis debió tener sus encantos, porque muchas veces oí decir a las damas de la comunidad irlandesa: “He’s a fine man!” (¡Es un hombre muy apuesto!). Yo no lo veía así, pero claro, las damas tienen gustos muy propios y nunca se llega a entender muy bien cuáles son sus preferencias masculinas, y por lo visto -y oído- el tipo reunía las condiciones requeridas, de lo contrario, sería un perdedor, y Luis no lo era.

Lo que sí puedo afirmar es que era muy solidario. Si alguien sentía frío y estaba desabrigado, él le daba su abrigo; tampoco mezquinaba en pagar una copa, un café o hasta una cena. Si no lo hacía, era porque estaba cortado. De lo contrario, todo corría por su cuenta. Si había que cuidar un enfermo, mantener guardia en un velorio, ahí estaba Luis, listo para lo que manden. Claro que este lado positivo tenía su contrapartida. Pedía plata prestada y se olvidaba de retornarla. Todavía algunos están esperando el vuelto y ya están tocando el arpa. 

Cuando llegó a su adultez cometió muchas locuras, pero hay una que mereció el aplauso de propios y extraños, y no porque fuera un acto heroico, sino todo lo contrario, jodió a uno de los más grandes y temidos usureros de la ciudad. Esta situación fue catastrófica porque puso en peligro a su familia, ante un individuo que no mezquinaba en ultimar a quien lo embaucara, razón por la que era muy temido, y aunque nunca fue comprobado, se decía que tenía algunos fiambres en su haber.  Si bien su vida cotidiana era tan normal como la de cualquier ciudadano, se había ganado la fama, lo que era suficiente para no jugarle sucio.

Años más tarde me contaba un amigo de Buenos Aires, que Luis no iba a Venado Tuerto porque un acreedor se la “tenía sentenciada”. Un día este amigo lo acompañó hasta San Antonio de Areco, donde debía encontrarse con un familiar que a su vez venía en viaje desde Venado Tuerto. En esos días mi amigo porteño estaba tramitando la devolución de unos ahorros que le había prestado a Luis hacía cuatro años y que esperaba recuperar. Creo que jamás lo consiguió.


Luis falleció en Río Cuarto (Cba) el 08 de enero de 1992 (RIP)




DURO DE BOCA


Ocurrió allá por el año 1949, cuando cambiaron el trazado al desagüe de la Avenida Alem. En aquel entonces las aguas se canalizaban por unas zanjas a cielo abierto que estaban a escasos dos metros de la línea de edificación. Estas cunetas, además del elevado costo que demandaba su mantenimiento, se habían tornado peligrosas debido al gran caudal de agua que drenaban. Paralelamente, más hacia el centro de la calle, había dos hileras de álamos piramidales que formaban una pintoresca avenida. Estas causas, y otras que no viene al caso enumerar, obligaron a anular las cunetas existentes y abrir otras más hacia el centro de la avenida y alejadas de la línea de edificación.

La idea de cambiar la canalización de las aguas pluviales fue acertada, pero los ribetes más pintorescos se produjeron cuando una mañana, muy temprano, irrumpieron dos motoniveladoras "Champion" acompañadas por el ruido ensordecedor de sus motores y una veintena de operarios municipales que iban y venían como hormigas, molestándose mutuamente en medio de un inusitado alboroto agitando al vecindario que salió de sus casas asombrado por tanto despliegue.

Ese día, mi viejo estaba de viaje. Cuando regresó por la tarde, se encontró con un panorama totalmente distinto al que había dejado el día anterior. Esto lo fastidió sobremanera, porque consideró que la actitud de las autoridades municipales era una falta de respeto hacia los vecinos, a quienes no se los consultó ni se los informó sobre los cambios que se hicieron. Además, quedaba clarito que no eran trabajos planificados, sino simplemente un golpe de efecto ante la proximidad de las elecciones, tendiente a conquistar a una población que reclamaba continuamente por las inundaciones de Alem y Uruguay.

Al día siguiente, usando sus propias manos e ingenio, mi viejo comenzó a construir un puente, desestimando la oferta municipal de venderle tubos de su fabricación.

Durante toda la mañana trabajó en el moldeado de un soporte para calzar los ladrillos y formar un arco de
Avenida Alem
adobe (escarzano). Esa misma tarde, estando en plena tarea, ¡Ho sorpresa!, llegó el mismísimo Intendente Municipal que dirigía la obra con discursos pomposos. Rodeado de adulones inservibles, el Lord Mayor se le vino al humo, seguramente incentivado por los chupamedias de turno que corrían tras él prestos a auxiliarlo ante el primer síntoma adverso. Groseramente y sin el más mínimo respeto, le ordenó a mi viejo que levantara lo que estaba haciendo, "¡porque eso no sirve para nada, no aguanta ni una bicicleta!", le dijo peyorativamente. Mi viejo, que no era muy sedoso, lo miró desde su lugar hundido en la cuneta, tragó saliva y respiró hondo; por un instante ignoró su presencia. El silencio se hizo tenso; el hombre de anteojos y corbata de seda, con el saco desprendido y sus brazos en jarra, volvió a intimarlo desde el terraplén.

- ¡Levante ese mamarracho que no sirve para nada!

-Si este mamarracho no aguanta ni una bicicleta -le respondió mi viejo- yo me encargo de levantarlo y poner las alcantarillas que usted me ofrece... Pero si aguanta mi auto, usted me exime de pagar los impuestos por seis meses...

      - ¡Vamos hombre! -habló con más amabilidad- ¡Déjese de jorobar! ¡Acuérdese lo que le digo! ¡Eso se lo lleva la primera correntada de agua! Le conviene poner alcantarillas... -dicho lo cual, se fue hacia otro sector.
Pero la cosa no terminó ahí. En la vereda de enfrente lo esperaba Don Noi, un catalán de pocas pulgas, que al hablar mezclaba el español con el catalán. Junto a su esposa y cuñada observaba la escena acumulando herrumbre desde el día anterior. Las mujeres, ni lerdas ni perezosas, le dieron un cuarto de manija para que encarara al Intendente y le planteara su situación, que era más comprometida que la de mi viejo, porque su coche-taxi se había quedado entrampado y no podía salir a trabajar.

El Noi estaba muy embroncado y su nerviosismo subió al máximo cuando se enfrentó con el Intendente. ¡Ni que hablar lo que pasó cuando le dijeron que tenía que comprarle los tubos a la Municipalidad! El catalán se salió de madre y comenzó a increparlo. Cómo estaría de nervioso, que el Intendente no entendía nada de lo que decía y se volvió a donde estaba mi viejo para preguntarle:

- ¡Che inglés! ¡Vení a darme una mano que no le entiendo al catalán!

Efectivamente, se hacía muy difícil interpretarlo al Noi cuando montaba en cólera. Era como si se le trabucara la lengua y no había "tu tía" que lo entendiera. Ante esta situación -que favoreció a mi viejo- el Intendente no quiso más "lola" y se retiró ofuscado, dejando que cada uno hiciera a su manera.

Pasaron los años, y en 1972 se pavimentó la Avenida Alem. Recién entonces se levantó el puente que había construido mi viejo hacía más de 20 años. Su formato y los ladrillos estaban intactos. Como podemos ver, las manos y el ingenio del hombre, son tan hábiles y fuertes como las máquinas modernas.

En cuanto al idioma, debo decir que mi viejo llegó a la Argentina en 1915 sin saber decir "buen día" en castellano. Sin embargo, logró hablarlo con extraordinaria fluidez. Haber trabajado en el ferrocarril le permitió contactarse con la gente, lo que facilitó su aprendizaje ante la necesidad de comunicarse. En nuestro ámbito familiar, se hablaba mucho sobre la gramática castellana e inglesa, y recuerdo que siempre nos decía: "el castellano es un idioma muy bello (después del irlandés, por supuesto) pero muy difícil de aprender", y sostenía que quienes supieran hablar el castellano, aprenderían fácilmente el gaélico y viceversa. Su conocimiento de ese idioma tal vez haya sido el factor que le posibilitó un rápido aprendizaje del castellano. Y aun teniendo una tonadita muy particular, no estaba afectado por ese acento cerrado que generalmente se observa en la mayoría de los extranjeros; a él se lo entendía perfectamente. En cambio, al bueno de Don Noi, cuanto más nervioso más dificultoso.

DON PATRICIO

Uncle Paddy, era una persona muy interesante. De extensos conocimientos y modales refinados, tenía la gran virtud de entablar amistad con todo el mundo, sin importarle el nivel social de su eventual interlocutor. Se basaba en aquel principio reflexivo de Oscar Wilde: "el hombre vale por lo que es y no por lo que tiene". Para él pesaba más la persona que sus bienes, por más fastuosos que éstos fueran. Es que Uncle Paddy (como lo llamábamos sus sobrinos, y usábamos ese "Uncle" como artículo predeterminado, cual si fuese parte de su nombre) actuaba con la libertad que se dan el lujo de ejercer aquellos que se conocen a sí mismos y tienen el privilegio de poseer conceptos personales muy definidos sobre la amistad. Generoso y "lento para el enojo”, le abría las puertas a cuanto "Tom, Dick and Harry" se cruzara en su camino. Porque así era él, amplio y noble, sin intereses mezquinos, dispuesto a tender su mano franca a quien la necesitara. Asumió culpas ajenas "por caridad" (hoy diríamos por solidaridad), pero jamás se oyó de él reproche alguno para quienes le "cargaron la romana”. Esta era su clara y terminante concepción de la vida, y con la aplicación de esta filosofía, se hizo acreedor del aprecio de muchos que supieron de su nobleza.

Formó parte activa de entidades intermedias. Tuvo participación en el recordado "Circulo de Obreros Católicos", cuyo edificio se inició durante su Presidencia (1928/1930)   Con el correr de los años, la institución se disolvió y el edificio quedó en manos de una comisión parroquial, la que lo administró a través de su locación a entidades privadas (clubes, empresas de espectáculos y
Patricio Chapman
Julia Ana Kenny
cinematógrafos). Esta situación se prestó a confusiones administrativas y burocráticas y la Iglesia -genuina propietaria- estuvo a punto de perder su heredad. Esta situación se regularizó cuando se creó la Diócesis de Venado Tuerto y tomó posesión del cargo el primer Obispo Mons. F. Antonio Rossi (1964) quien gestionó su restitución, y le dio el destino para el que fue creado: la educación.

Don Patricio fue un eficaz colaborador del periódico de la comunidad irlandesa "The Southern Cross", y de sus crónicas, se desprenden el dominio que tenía del inglés, un idioma de predominantes giros monosilábicos, pero que él tenía la especial habilidad de "florear", cual si fuese el idioma castellano. En las páginas del periódico están las pruebas de la comunicación que mantuvo con los suscriptores por muchos años, y de la lectura de sus crónicas, puede percibirse el espíritu de un hombre comunicativo, que imprimía a sus artículos ese "feeling" necesario para llegar a los lectores de acuerdo al tenor de la noticia.

Cuando en 1926 falleció su suegro John Kenny, en la noticia necrológica publicada por "TSC" está estampada su autoría inconfundible, la que generalmente firmaba como "A friend". En esa nota, revela importantes datos sobre la personalidad del extinto y aporta referencias sobre acontecimientos históricos protagonizados por nuestros antepasados y que hoy representan un aporte muy importante en la permanente búsqueda histórica de nuestra región.

Su fluida relación social y su permanente participación en distintas entidades intermedias y religiosas, le permitió contactarse permanentemente con las autoridades del pueblo. Prueba de ello fue cuando en una circunstancia muy peculiar, mi padre fue citado a comparecer ante las autoridades policiales.

Según el relato oral, mi padre fue citado por la policía por un tema relacionado con los rateros. Cuando recibió la citación se fue a verlo a Don Patricio, a quien impuso sobre la situación. Contrariamente a lo esperado por mi viejo, Don Patricio, con su acostumbrada parsimonia, le dijo que se quedara tranquilo, que al día siguiente irían juntos a hablar con el Comisario para explicarle lo sucedido. Demás está decir que mi viejo esa noche no durmió. Era la primera vez que se encontraba en conflicto con la ley, y para colmo de males, sin poder explayarse en castellano como él quisiera.

Esa mañana llegó a la Comisaría a la hora indicada, y temeroso de ser llamado antes que llegara  su cuñado, entraba y salía con mucha ansiedad. Finalmente se tranquilizó cuando apareció Don Patricio más tranquilo que siesta santiagueña. Tal vez no fue tanta la demora como suponía mi padre, pero para él fue una eternidad.

El recibimiento del Comisario fue muy cordial, y el clima se distendió cuando Don Patricio comenzó a hablar, y mi padre -que tenía un susto de aquéllos- no entendió ni un cuarto de lo que dijo. En menos que canta un gallo los dos estaban nuevamente en la calle, y según mi viejo, el Comisario comenzó a reírse a las carcajadas cuando escuchaba el relato de Don Patricio.

Desconozco si se labró acta, pero supongo que dejaron sentados los descargos de la denuncia que formuló “un vecino” por las "extrañas explosiones originadas en el domicilio de Alem 545 y que abren la sospecha de un hecho luctuoso". El  vecindario, naturalmente intrigado, supuso un tiroteo de alto calibre.

¿Qué fue lo que pasó?

En aquellos años abundaban los rateros que ingresaban a las casas para hacerse de alguna gallina. Fue así que mi viejo ideó una “trampa”  para frustrar estos intentos, e instaló un aparato de manera que al abrir la puerta del gallinero se desprendía un taco de hierro, que caía sobre un petardo colocado en la base del cilindro conductor. El estampido era muy estruendoso debido a la característica del explosivo, según lo describo más abajo.

Esa noche los rateros intentaron ingresar y se toparon con una bienvenida explosiva que sacudió el barrio.

Se trataba de petardos que utilizaban en el ferrocarril,  y que se colocaba sobre los rieles, de manera que cuando las ruedas de la locomotora los pisaban, se producía la explosión. Atento a que las cabinas de las máquinas a vapor eran muy ruidosas, era necesario que el petardo fuera suficientemente potente para que lo oyera el maquinista. Estos petardos se colocaban en lugares estratégicos, tales como: la proximidad de un paso a nivel, de una estación o cuando las vías estaban en reparación o en estado precario; por consiguiente el maquinista debía aminorar la marcha. Hay que tener en cuenta que los paso a nivel no tenían luz eléctrica y mucho menos la locomotora, que contaba con una iluminación muy precaria, por lo que no eran muy visibles las señalizaciones, situaciones éstas que se complicaban en noches brumosas.   

Don Patricio Chapman -"Uncle Paddy"-  falleció el 26 de abril de 1966 a la edad de 79 años. Su esposa Julia Ana Kenny falleció el 12 de agosto de 1964. Ambos descansan en el Cementerio Municipal de Venado Tuerto.

DESTREZAS DEL GAUCHO IRLANDÉS

Pancho Azcurra trabajaba en "El Rincón", la estancia de John Kenny en el entonces Distrito Venado Tuerto. Allí había aprendido a leer y a escribir en las clases que dictaba Bridgit, la hija mayor de los Kenny, que había estudiado en un colegio de monjas de San Nicolás. El muchacho, que al decir de Bridgit era "very cute and clever", captaba con increíble rapidez las palabras en inglés, que luego asociaba con las palabras castellanas. Esta rara combinación -muy usual también entre los irlandeses- desconcertaba al resto de los peones que decían no entender nada de lo que decía Francisco, porque "hablaba en difícil".

Un día lunes, en pleno verano de 1907, Pancho salió muy temprano a revisar la hacienda, tarea que cumplía habitualmente, mientras Don Kenny con sus hijos Juan y Bernardo y algunos peones, reparaban los enseres de labranza en el galpón. A media mañana fueron sorprendidos por Pancho, que a todo galope se acercaba al casco de la estancia gritando a todo pulmón:

- ¡Mister Yon! ¡Mister Yon!.. ¡Un láion! ¡Un láion!... ¡Hay un láion en el big güel, Mister Yon!...

El gaucho Ramón Leiva, desconcertado, abandonó su tarea junto a la fragua y salió deprisa al patio.

- ¡Qué carajo le pasa a este gurí! -exclamó con fastidio, ante un claro síntoma de superstición que observó en la conducta del peón.

Pancho, casi sin aliento desmontó y corrió al encuentro de su patrón.

¡Calma Ramón! -intervino Don Kenny- ¿Qué te ha pasado Pancho? -Preguntó tranquilo como agua e'tanque.

¡Mister Yon, en el big güel... en el big güel hay un láion....¡big...,muy big....!

Don Juan, mesurado como siempre, creyó que al peón todavía le duraba el "peludo" de la noche dominguera, pero cuando estuvo frente al chico, comprobó que estaba fresco, aunque muy "julepeao". Sin perder la calma, ordenó a Jack y a Berny que ensillaran y se fueran hasta el big well para ver qué era lo que había asustado tanto a Pancho, mientras que con guiño cómplice, le insinuó al veterano Leiva que los siguiera de cerca.

En el patio el alboroto canino fue mayúsculo y la premura de los muchachos por iniciar la carrera hasta el jagüel redoblaba el estruendo. Con Berny a la cabeza y ante la mirada atenta de Leiva, los pingos parecían flotar sobre la llanura pampeana. Para los jinetes, todo un desafío a sus destrezas hípicas y jugar a quién llegaba primero a la meta.

Cuando llegaron a la laguna, se encontraron con un hermoso ejemplar africano recostado a la sombra de los sauces. Pese a su visible agotamiento digestivo, los visitantes no fueron bien recibidos; con pesadez se incorporó y mostró sus enormes colmillos. Los caballos brincaron excitados. Berny desmontó. En cuclillas, gesticuló guardar silencio. Sujetando bridas, en segundos el ambiente se serenó, y cuando el león inició su lenta retirada, Berny ágilmente montó su alazán y arrojó el lazo con certeza. Instintivamente el felino trató de zafar, pero el jinete le ganó el tirón a la sacudida y el lazo se ajustó; Berny azuzó el caballo y tiró oblicuamente arrastrando a la bestia, en tanto Ramón Leiva disparó su rifle y el rey de la selva se desplomó.

Un poco más lejos, los carroñeros estaban de fiesta devorando los restos de un cordero apresado esa mañana.

MI TÍO BERNARDO, “El Dandy”

Sin dudas, Berny era un tipo muy divertido. Se casó perdidamente enamorado de Brígida, que tenía unos años más que él, aunque jamás lo admitió. Brígida era muy coqueta, por eso no sólo no declaraba su edad, sino que renegaba de algunos más. Su belleza hizo que nunca le faltaran candidatos y siempre se comentó en el ámbito familiar, que en más de una ocasión le "colgó la galleta" a Berny, tal vez especulando con el arribo de algún "príncipe azul" rezagado.
Cierto día la relación se había puesto muy tensa y Brìgida le cerró la puerta en las narices a su enamoradizo pretendiente, ante el espanto de su mamá que tenía muy claro el buen partido que era Berny para su hija. Esta actitud le costó una fuerte reprendida materna por sus descontrolados arrebatos, por cuanto corría peligro la garantía matrimonial. Pero en este caso, el proceder de Brígida tenía motivos muy fundados. Resulta que el muy pícaro "play boy" se carteaba con una jovencita -a la sazón íntima amiga de Brígida- y ésta lo descubrió de la manera más insólita. El día que la carta íntima llegó a destino, Brígida estaba de visita en la casa de su destinataria y tuvo que comerse el garrón del jolgorio que originó la misiva de Berny. El hecho desató una feroz tormenta cuando Berny llegó a la casa de la novia y ésta salió a recibirlo. Sin mediar palabras Brígida lanzó un fuerte "slap" tan violento como el "bang" que sonó después cuando cerró la puerta en las narices de su "Romeo". Berny, desorientado pedía perdón, sin siquiera saber cuál era la razón de tanta furia, aunque suponía que algo "muy gordo" debió haber sucedido. Inmediatamente se abrió la puerta y apareció su virtual suegra: "¡Debería darte vergüenza Berny!" le recriminó en voz alta, para luego susurrarle al oído: "Andá a confesarte con el Padre Maxwell y después volvé; de mientras trataré de calmar a Brigida".

Si bien Brígida se aprovechaba del amor extremo que le profesaba su pretendiente y lo hacía sufrir hasta el llanto, él tampoco se quedaba atrás. Berny no era un fisgón vulgar, pero sí un discreto observador de fluida conversación; conocía al dedillo las debilidades del sexo opuesto y sabía cómo gustar a las mujeres a quienes colmaba de elogios cuando advertía el estreno de un vestido o la elegancia de un peinado nuevo. Estas y otras razones obligaban a Brígida a mantenerse en guardia, sin darse cuenta que sus manifiestos celos alentaban más su rivalidad con las demás chicas que sacaban ventaja de sus rabietas.
Caricatura dibujada por mi padre en la que se ve a
Bernardo marchando al frente seguido por su esposa 
Brígida y su cuñada María "Minnie"

Esta especial observación de Berny por "la beauté de la femmes", se traslucía en su manera de vestir, siempre elegante y de buena marca. Paseaba por calle Belgrano -aun en pleno verano- con un traje claro y sombrero al tono. Se desenvolvía sin prejuicios y caminaba como dando pequeños saltitos disfrutando de la vida en libertad. Hacía las compras diarias, fumaba alguno que otro cigarrillo puro y gustaba del buen comer y beber sobriamente. Tal vez por eso se mantuvo siempre en forma, delgado y ágil.

A Bridget y Berny los apodaron "the bee's", tal vez para despistar a los chicos cuando los mayores hablaban trivialidades, o bien para abreviar sus nombres. Los "bee's" eran muy "patas de perro". Salían de visita durante los días de semana, siempre por la tarde, porque los sábados y domingos permanecían en su casa para reunirse con familiares y amigos para jugar a los naipes. Cuando venían a nuestra casa, Berny siempre nos embromaba metiéndonos bolillas de los siempre verdes por el cuello de la camisa; o nos bombardeaba con bolitas de miga a la hora del té. Los chicos del vecindario lo apodaron "el tío jodón", y cuando se enteraban que estaba de visita, se apiñaban frente a nuestra casa para divertirse con sus bromas y ocurrencias. Todos querían estrecharle la mano, y cuando lo hacían, él les ganaba de mano tomándoles la punta de los dedos y se los apretaba. Nunca pudimos estrecharle la mano completa. Cuando hacía estas bromas Brígida lo reprendía: "Don't be acting the goat!" le decía, pero a él no le importaba y seguía la chacota.
¡Bien puede decirse que mi tío Berny fue un "jolly good fellow!

Brígida y Bernardo "The bee's"
Berny murió el 14 de mayo de 1958 y Brígida el 05 de diciembre de 1975. Ambos descansan en el cementerio de Venado Tuerto (Santa Fe) a la sombra de una cruz celta. No tuvieron descendencia.

MISIONERAS INGLESAS

Doña Petrona Eyras era una mujer criolla muy hacendosa, que por muchos años asistió a mi madre en los quehaceres de la casa. Mujer de plena confianza, Petrona conocía como nadie las costumbres de los “Guayase” y consideraba que el hábito que tenían de ir a misa todos los domingos -aunque cayeran cuchillos de punta- era una exageración. Petrona sostenía que encenderle una vela a la Virgencita de Luján todas las noches -como lo hacía ella- era más que suficiente para cumplir con los preceptos religiosos, porque en definitiva -a su manera- Petrona era profundamente religiosa, a tal punto que formaba parte de una legión de mujeres “rezadoras”, lo que no era otra cosa que la prolongación de aquellas “lloronas” de antaño, que en vez de pregonar gimoteos grotescos en los velorios, recitaban los quince misterios del rosario durante toda la noche, a cambio de una ofrenda voluntaria de los deudos. De esa manera se mantenían ocupados a los que aguantaban la noche, y serenaba los ánimos de los que se apiñaban en la cocina para contar chistes verdes y pasarse varias botellas de ginebra. Vale comentar que estas mujeres eran apalabradas por los familiares del finado, con el propósito de adornar el velorio con solemnidad religiosa, y acentuar el clima de aflicción y congoja que reinaba en la familia ante la partida del ser querido. Sin dudas, las rezadoras cumplían con su cometido, y lograban crear el clima que las circunstancias requerían, obviando la asistencia del cura, que era señal de mal agüero.

Pero vayamos al hecho central del relato, que se inicia una tarde de verano mientras mi madre preparaba el té de las cinco. Alguien llamó a la puerta, y mi padre, que estaba entretenido con sus manualidades en el “galponcito”, fue a atender. Allí se encontró con Petrona que estaba acompañada por dos señoras muy distinguidas. Una de ellas, la más menuda, usaba anteojos pequeños y redondos, y cual, si fueran gemelas, ambas tenían sus cabellos canos tomados prolijamente en un rodete y sus vestidos largos color gris con motitas blancas y zapatos negros abotinados, completaban el cuadro perfecto de Mary Poppins entrada en años.

Aquí vengo a presentarle a estas dos señoras inglesas de la Acción Católica que tienen interés en conocerlo... –dijo Petrona.

Las señoras inglesas parecían no entender, o simulaban no interpretar lo que decía Petrona, porque sin mediar palabras extendieron sus manos, y hablando un inglés con dominante acento irlandés, se presentaron como Margaret Keane y Anne O’Callaghan.

Mi padre, fiel a su estilo, y sin saber cómo reaccionaría mi madre, las invitó a pasar. Doña Petrona prefirió continuar su camino, en tanto las señoras se identificaban como “Misioneras de los Testigos de Jehová” de la ciudad de Corck, Irlanda. Mi viejo jamás rehuía debatir sobre creencias religiosas, pero en este caso el tema fue respetuosamente guardado. De esa manera se creó un clima muy irlandés, y entre tasas de té, tostadas y mermeladas, disfrutaron de una jornada placentera.

Las visitas se repitieron y para las irlandesas era una buena ocasión para saborear un exquisito “Irish tea” sin prejuicios religiosos. Durante esas conversaciones una de ellas dijo que los “Corkonians” planificaban abrirse de la República y formar su propia provincia. Mi viejo, sorprendido, preguntó si era cierto y ambas soltaron su risa disfrutando del chiste que tanto se difundió entonces por el sur de Irlanda, cuando los sureños apostaban a que la ciudad de Cork fuera la capital de la república.

La última vez que visitaron nuestra casa las “ladies of Jehovah”-como las bautizó mi padre- trajeron de regalo un libro sobre la vida de Roger David Casement,[1] un irlandés que trabajaba para una empresa inglesa en el Amazonas y que fue ejecutado por la Corona Británica en 1916 por haber denunciado las atrocidades que se cometían contra los aborígenes.

 Sin dudas, este fue un gesto ecuménico impensado en la década del 50.

[1] Años más tarde Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, recreó la vida de Roger Casement en su novela “El sueño del Celta”